Mariano Veloy (Pez de Plata, 2013)
“Debería dar un paso atrás,
alejarme de la baranda, eludir el vértigo. Lo sé. […]. Camino sobre la baranda.
En el vértigo y no me basta con un solo paso. Después del primero, vine un
segundo. Un tercero. Un cuarto. […]. Podría saltar, eso pienso. Y ése es mi
error.”
Esta es, de forma resumida, el arranque de Después de Rita, una chispeante peripecia para leer de una sentada,
porque con un arranque así ya no hay manera de soltarla y porque Mariano Veloy
rompe las reglas de la narración con su prosa seca, cortante, decidida y
determinada, sin ambages ni merodeos, para introducirnos, con la primera
persona del singular, de pleno, en la mente del narrador: Nino, un actor en
ciernes a la espera de su gran oportunidad.
La ciudad, Barcelona. Verano.
Calor. Asfixia. Uno podría querer alejarse de una prosa hecha de recortes del
pensamiento. Un desafío constante a las reglas de la gramática para no cumplir
siquiera con el precepto del sujeto, verbo, predicado. Pero no, a la cuarta
frase ya no queremos salir de Nino, del diálogo consigo mismo. Esa es la
manera, exacta, inequívoca, de estar dentro de su mente en la que no caben las
descripciones, sí la digresión certera: ¿Qué es el dolor? Algo aburrido, no así
el remedio, que siempre despierta mayor interés.
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Ilustración de Leonardo Flores |
El personaje atrapa y atrapa el
suspense de cómo y por qué habrá llegado hasta esa barandilla a la que se asoma
peligrosamente y, a partir de ahí, situarnos en su tediosa y precaria vida. Una
familia convencional, un trabajo de administrativo, una rutina pegajosa. No,
peor, un trabajo que se pierde. ¿Y ahora qué? De inmediato uno conecta con la
frustración del que vive en precario, casi sin poder pagar el alquiler, pero exultante
de un talento invisible, inapreciable, sin apenas valor. Sí, el tema está
claro, el talento, la espera de la gran oportunidad que habrá de sacarlo del
ostracismo injusto con el que lo trata la vida y mientras tanto…
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Mariano Veloy |
Con un dominio excelso para
transitar de la primera a la tercera persona, nos pasea por la vida de los que
le rodean: Jim y Oriol, sus viejos amigos y compañeros de piso, la inesperada e
imaginaria Mari Ciao a la que le suelta sus penas como si fuera una psicóloga
para que ésta le insista una y otra vez, como un Super Yo freudiano, a no
abandonar su sueño. Luego, la oportunidad de trabajar para Cheveux, un francés
enamorado de la vida, que pretende llenar Barcelona con corbatas de Max Ernst como
pretexto para conquistar a su amada trapecista (el romanticismo de fondo, pero
no el romanticismo cursi y simplón de teleserie, no, ese aquí no tiene cabida,
el de verdad, el que lucha por nobles ideales). Todo pasa rápido, muy rápido, y
gusta lo que pasa. Porque por suerte las oportunidades vuelven, sin saber de
dónde, y así recurre a Jacinto, el amigo al que dejó tirado para que éste se
saque de la chistera otra propuesta, un papel importante, con el que podrá dar
el gran salto, ¡EL GRAN SALTO! Sí, porque eso es en verdad lo que se anhela y
uno está dispuesto a cualquier cosa por ello.
Y así llegamos a James Cagney (el
director, no el actor) que le brindará la oportunidad de rodar el papel de su
vida para enfrascamos de nuevo en el frenesí de Nino, ralentizado de
vez en cuando para repasar con una mirada oblicua el silencio denso de
su padre el día que le dijo que quería ser actor mientras éste, apenas sin
mirarlo, se limitaba a seguir comiendo sopa.
Pero eso ya quedó atrás, ahora lo
que cuenta es el papel que ensaya hasta bordar la excelencia, tan ingenuo como
siempre, sin reparar en que, en cualquier instante, de cualquier parte puede aparecerá
de nuevo el hada malvada que le hará despertar del sueño. Y sí, así es, aparece
Rita, la gran actriz, la femme fatale
que lo aparta de un plumazo, que hace cambiar el proyecto, y lo deja de nuevo
con la miel en los labios. No importa, qué se le va a hacer, ¿no es acaso Rita
una gran actriz, una actriz de verdad capaz de obnubilar la decisión de un
director encendido de deseo? Pero Rita guarda un secreto y Nino está en sus
planes para volvernos a sorprender con un giro inesperado.
Sí, definitivamente
hay algo después de Rita, sobre todo para quien juega con la muerte, porque
pretender vivir del talento, de lo que a uno verdaderamente le apasiona, es eso
y es jugar a suicidarse un poco cada día, mientras se espera el éxito que nunca
llega, mientras se transita por un cornisa de la que se puede caer de ambos
lados, quizá del lado interno, y a lo sumo se torcerá uno el pie, algo sin
mayor trascendencia, pero que en el fondo es como si uno se arrojase al vacío para
acabar estampado contra el asfalto. Y mientras, la vida pasa, porque es
inevitable, como inevitable es seguir esperando la oportunidad, seguir
intentándolo, seguir transitando por la cornisa, compulsivamente, con el anhelo
de que un día daremos el gran salto, ¡EL GRAN SALTO!, y volaremos, o quizá no y
únicamente seguiremos soñando, porque hay algo muy arraigado en nuestra esencia,
más allá de Rita, que nos impide dejar de hacerlo.
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