domingo, 12 de junio de 2016

Invasión



INVASIÓN 



Candaya Narrativa 34

ISBN 978-84-15934-15-8

192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16€


Recuerdo con especial simpatía una broma con cámara oculta en un programa de 1997, Espejo Secreto, presentado por Norma Duval y Andoni Ferreño. La broma en cuestión, por suerte y pese a la hilaridad que causaba, no hería la sensibilidad del espectador ni menoscababa la dignidad de la víctima: un empresario había de cerrar un negocio de cierta importancia en una cena, acompañado de otros diez o doce, cómplices de la situación, en la que cada comensal gozaba del privilegio de contar con un asistente personal, no sólo para ayudarlo con la servilleta o servirle el vino, sino que además le daba de comer como si se tratara de un bebé, le cortaba la carne y se la introducía en la boca para que, en un signo de distinción y exclusividad, los empresarios no tuvieran que dedicarse a cuestiones mundanas y pudieran emplear enteras energías y atención a lo que de verdad había de debatirse. La víctima, pese a poner cara de estupefacción e incredulidad ante lo que le ocurría, se dejaba tratar con mimo por su asistente ya que el resto de comensales aceptaban con normalidad la bizarra escena. Recuerdo desternillarme ante los gestos del empresario, su rostro entre sorprendido y desencajado que, para no desentonar, trataba de aparentar normalidad. Lo que ocurría a su alrededor era, además de burlesco, de locos, pero no se atrevía a abrir la boca si no era para recibir su porción de alimento, dócilmente, y beber de la copa que le acercaba su lacayo.
De manera análoga, ésta es la cuestión que plantea David Monteagudo con Invasión, cuando García (personaje principal de la novela) presencia, asiste (mientras disfruta de una cerveza en la terraza de una pequeña Vila), con asombro y espanto, a un acontecimiento del todo inverosímil, casi irreal: a la aparición de un gigante. 

No se me malentienda, no un gigante al uso clásico de los cuentos de hadas, sino de manera realista, como si una persona de aspecto corriente adquiriese de repente descomunal desproporción respecto del resto de transeúntes para superar los tres o cuatro metros de altura. Cualquiera reaccionaría ante el hecho con estupefacción y asombro, pero no es eso lo que encuentra García a su alrededor, sino normalidad y casi indiferencia, como si únicamente él apreciara tan inconcebible circunstancia.
Con un arranque así, ya es imposible dejar de leer, especialmente si quien narra lo hace con maestría, con tanta precisión como sencillez, pues la cultivada prosa no busca el lucimiento ni la pomposidad, algo que alejaría al lector de la tensión interna emergente en el personaje; muy al contrario, nos atrapa en la esencia vital de un hombre anodino, que podría ser cualquiera, en estos tiempos recientes, instalado en una decadente pareja sin hijos, de rutinario trabajo como administrativo y placeres tan terrenales que no exceden del buen comer.
A García, más que la presencia del gigante, lo trastorna la falta de reacción de sus congéneres, la imposibilidad de discernir entre lo real y lo alucinado, entre lo verdaderamente existente y lo tan sólo construido fruto de la locura, por muy transitoria que sea. 

David Monteagudo.
García calla, como calló en su día el empresario ante tanta anormalidad aceptada, pues no es fácil elevar la voz en contra de lo que el resto acepta. El narrador nos enclaustrará en la mente focalizada de quien es consciente de que algo en su cerebro no funciona. En términos superficiales, uno podría pensar que es la locura lo que se aborda, miedo atávico en el hombre, pero no es así, el relato adquiere desde el inicio connotaciones cargadas de simbolismo. No es irrelevante que sean los otros, cada vez más numerosos y prevalentes, los que se vuelvan gigantes (y no otra cosa) adquiriendo creciente desproporción en un mundo que habrá de ir adecuándose a la nueva condición de los que lo habitan. Desde ese instante, García estará atento a cuanto ocurre a su alrededor, temeroso de encontrarse con un de estos seres y especialmente suspicaz ante las numerosas obras y reformas en las viviendas de la ciudad, de cuyas ventanas descienden, cual gusanos, ominosas conducciones por las que canalizar los escombros resultantes. 

En sí misma, la historia habría de ser un cuento, un relato breve, y sólo alguien de la talla narrativa de Monteagudo puede convertirla en una novela de la que no se quiere salir, pues ello supone abandonar al personaje que nos lleva de la mano para cuestionarnos, casi sin pretenderlo, si la locura no estará fuera, si no serán los demás los que, aceptando una desproporción inconcebible, son incapaces de tomar conciencia de la destrucción del mundo. García trata de hacer frente a su desasosiego recurriendo a una psiquiatría de barrio, tan artificial como incapaz de proporcionar herramientas más allá de la bioquímica y los buenos modales.

El lector, mientras asiste al recorrido de García, pero mucho más al concluir la historia, no podrá substraerse a la metáfora de lo que nos ha menoscabado recientemente como sociedad: la burbuja inmobiliaria, el desarrollo tecnológico, el sobrendeudamiento, la falta de crítica social ante las (¿inevitables?) mejoras que vamos incorporando a nuestra existencia sin apenas conciencia, de forma insalvable por muy resistente que uno se vuelva.

Invasión es una deliciosa fábula acerca de la deshumanización, tan presente como invisible, además de un grito sosegado ante la imposibilidad de sustraerse a ella. Invasión es una novela magistral sobre lo insano que resulta estar adaptado a un mundo enfermo, para hacernos concluir que nadie puede ir en contra de todos.


David Monteagudo

Invasión

Candaya Narrativa 34

ISBN 978-84-15934-15-8

192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16€


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