INVASIÓN
Candaya Narrativa 34
ISBN 978-84-15934-15-8
192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16€
Recuerdo con especial simpatía
una broma con cámara oculta en un programa de 1997, Espejo Secreto, presentado
por Norma Duval y Andoni Ferreño. La broma en cuestión, por suerte y pese a la
hilaridad que causaba, no hería la sensibilidad del espectador ni menoscababa
la dignidad de la víctima: un empresario había de cerrar un negocio de cierta
importancia en una cena, acompañado de otros diez o doce, cómplices de la
situación, en la que cada comensal gozaba del privilegio de contar con un
asistente personal, no sólo para ayudarlo con la servilleta o servirle el vino,
sino que además le daba de comer como si se tratara de un bebé, le cortaba la
carne y se la introducía en la boca para que, en un signo de distinción y
exclusividad, los empresarios no tuvieran que dedicarse a cuestiones mundanas y
pudieran emplear enteras energías y atención a lo que de verdad había de
debatirse. La víctima, pese a poner cara de estupefacción e incredulidad ante
lo que le ocurría, se dejaba tratar con mimo por su asistente ya que el resto
de comensales aceptaban con normalidad la bizarra escena. Recuerdo
desternillarme ante los gestos del empresario, su rostro entre sorprendido y
desencajado que, para no desentonar, trataba de aparentar normalidad. Lo que
ocurría a su alrededor era, además de burlesco, de locos, pero no se atrevía a
abrir la boca si no era para recibir su porción de alimento, dócilmente, y beber
de la copa que le acercaba su lacayo.
De manera análoga, ésta es la cuestión
que plantea David Monteagudo con Invasión,
cuando García (personaje principal de la novela) presencia, asiste (mientras
disfruta de una cerveza en la terraza de una pequeña Vila), con asombro y
espanto, a un acontecimiento del todo inverosímil, casi irreal: a la aparición
de un gigante.
No se me malentienda, no un
gigante al uso clásico de los cuentos de hadas, sino de manera realista, como
si una persona de aspecto corriente adquiriese de repente descomunal
desproporción respecto del resto de transeúntes para superar los tres o cuatro metros
de altura. Cualquiera reaccionaría ante el hecho con estupefacción y asombro,
pero no es eso lo que encuentra García a su alrededor, sino normalidad y casi
indiferencia, como si únicamente él apreciara tan inconcebible circunstancia.
Con un arranque así, ya es
imposible dejar de leer, especialmente si quien narra lo hace con maestría, con
tanta precisión como sencillez, pues la cultivada prosa no busca el lucimiento
ni la pomposidad, algo que alejaría al lector de la tensión interna emergente
en el personaje; muy al contrario, nos atrapa en la esencia vital de un hombre
anodino, que podría ser cualquiera, en estos tiempos recientes, instalado en
una decadente pareja sin hijos, de rutinario trabajo como administrativo y
placeres tan terrenales que no exceden del buen comer.
A García, más que la presencia
del gigante, lo trastorna la falta de reacción de sus congéneres, la
imposibilidad de discernir entre lo real y lo alucinado, entre lo
verdaderamente existente y lo tan sólo construido fruto de la locura, por muy
transitoria que sea.
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David Monteagudo. |
García calla, como calló en su
día el empresario ante tanta anormalidad aceptada, pues no es fácil elevar la
voz en contra de lo que el resto acepta. El narrador nos enclaustrará en la
mente focalizada de quien es consciente de que algo en su cerebro no funciona.
En términos superficiales, uno podría pensar que es la locura lo que se aborda,
miedo atávico en el hombre, pero no es así, el relato adquiere desde el inicio
connotaciones cargadas de simbolismo. No es irrelevante que sean los otros, cada vez más numerosos y
prevalentes, los que se vuelvan gigantes (y no otra cosa) adquiriendo creciente
desproporción en un mundo que habrá de ir adecuándose a la nueva condición de
los que lo habitan. Desde ese instante, García estará atento a cuanto ocurre a
su alrededor, temeroso de encontrarse con un de estos seres y especialmente
suspicaz ante las numerosas obras y reformas en las viviendas de la ciudad, de
cuyas ventanas descienden, cual gusanos, ominosas conducciones por las que
canalizar los escombros resultantes.
En sí misma, la historia habría
de ser un cuento, un relato breve, y sólo alguien de la talla narrativa de
Monteagudo puede convertirla en una novela de la que no se quiere salir, pues
ello supone abandonar al personaje que nos lleva de la mano para cuestionarnos,
casi sin pretenderlo, si la locura no estará fuera, si no serán los demás los
que, aceptando una desproporción inconcebible, son incapaces de tomar
conciencia de la destrucción del mundo. García trata de hacer frente a su
desasosiego recurriendo a una psiquiatría de barrio, tan artificial como
incapaz de proporcionar herramientas más allá de la bioquímica y los buenos
modales.
El lector, mientras asiste al
recorrido de García, pero mucho más al concluir la historia, no podrá
substraerse a la metáfora de lo que nos ha menoscabado recientemente como
sociedad: la burbuja inmobiliaria, el desarrollo tecnológico, el
sobrendeudamiento, la falta de crítica social ante las (¿inevitables?) mejoras
que vamos incorporando a nuestra existencia sin apenas conciencia, de forma
insalvable por muy resistente que uno se vuelva.
Invasión es una deliciosa fábula acerca de la deshumanización, tan
presente como invisible, además de un grito sosegado ante la imposibilidad de
sustraerse a ella. Invasión es una novela
magistral sobre lo insano que resulta estar adaptado a un mundo enfermo, para
hacernos concluir que nadie puede ir en contra de todos.
David Monteagudo
Invasión
Candaya Narrativa 34
ISBN 978-84-15934-15-8
192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16€
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