viernes, 23 de septiembre de 2016

Familias de cereal




Uno se pregunta por qué el relato breve, los cuentos, son incapaces de alcanzar cuotas de popularidad entre los lectores de la misma manera que la novela. Es raro que una obra de relatos se convierta en fenómeno editorial, cuando en la mayoría de los casos la calidad de éstos sobrepasa con creces la de la novela. 

Ni siquiera autores “marca” y de reconocido prestigio en el terreno de la novela han alcanzado éxitos del mismo calibre cuando se han aventurado con los relatos. El relato parece condenado de antemano a no gozar del reconocimiento de los lectores de la misma manera que la novela y, por lo tanto, los editores se muestran reacios a darles una oportunidad cuando miran la cuenta de resultados. Es necesario el paso del tiempo y, por tanto, la falta de perspectiva comercial para que las obras de relatos obtengan reconocimiento y se les otorgue valor. Por suerte, hay editoriales que, pese a ello, asumen con valentía poner al alcance de los lectores obras de relatos que, de otra forma, quedarían sin apenas opciones de ser leídas. Páginas de Espuma, sin ir más lejos, ha hecho del relato su opción editorial, y se ha convertido en referencia mundial para los lectores de relato breve en español; pero también otras, como Candaya —a la que sigo por la calidad de su catálogo—, apuestan con arrojo por obras como “Famililas de Cereal”, un conjunto de relatos tan maduro y tan bien escrito que resulta insultante la corta edad de su autor, Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981). 


Tomás Sánchez de Bellocchio
La obra se centra en los entresijos de las relaciones humanas en el marco familiar y sus carencias como sistema, un microcosmos universal en el que se convive, con total naturalidad, entre la tragedia y la rutina, entre lo tierno y lo despiadado. De corte realista y con una clara preferencia por lo cotidiano, los relatos de Sánchez Bellocchio pivotan sobre las aspiraciones y frustraciones más banales, pero también sobre los traumas, la incomprensión y las pequeñas venganzas, para crear miradas oblicuas ante lo que acontece, con personajes únicos, sólidos, tan creíbles como si uno asistiera a lo narrado de forma presencial y no relatada. 

Los doce relatos mantienen una unidad fundamentada en el estilo y la temática. Con respecto al estilo destaca la prosa sencilla pero precisa, sin lirismo, cercana y funcional, directa. Con respecto a la temática, lo que se cuenta es cotidiano, habitual, familiar, aunque rápidamente deformado por la mirada del narrador, dispuesta a poner el foco en aquellos detalles que hacen de lo narrado algo insólito, sórdido también, pero tremendamente creíble. 

Sánchez Bellocchio tiene la gran virtud de situar certeramente y sin confusiones al lector en el relato, uno sabe de forma inmediata de qué se le va a hablar, pues da certeramente las claves con las que adentrarse en ese fragmento de vida al que se va a asistir, con naturalidad y sin aparente esfuerzo, pero magistralmente en la mayoría de los cuentos:

 Tenía trece años recién cumplidos y mis padres se estaban separando” en Familias de cereal. La casa se estaba viniendo abajo y, […] ocho días después mamá me pidió que la acompañara a ver si le había pasado algo” (a la sirvienta) en Interrupción del servicio. Entonces, al final de su vida, cuando lo único que alcanza es a ver una ínfima parte de su imperio, el viejo piensa en el dinero” en Hacedor de dinero. “Tantor apareció dos años después, cuando ya lo daban por muerto” en Fidelidad de los perros, donde narra el insólito caso de un vecino que le quita el perro a otro. “Habían pasado tres años del infarto, pero no era su propia salud ni un repentino sentido de la estética lo que motivaba la decisión, sino ver a su hija menor convertirse en él. María Laura no había cumplido todavía los dieciséis y ya pesaba ciento veinte kilos”, Cuatro Lunas.

Los arranques son demoledores, insultantes, un desafío al lector que impiden ya abandonar el texto para adentrarse sin dilación en lo que habrá de acontecer, para asistir a la incomprensión y el desaliento en las relaciones familiares, su inevitable fracaso y sus consecuencias como eje temático de las narraciones. 

En el primer relato, Familias de cereal, cautiva el despotismo con el que un adolescente afronta el divorcio de sus padres en contrapartida a las múltiples batallas de la convivencia: Tu padre la tiene así de cortita, le dice la madre, ¿lo sabías?  Para no ser devorado por la vorágine, el niño se parapeta tras una cámara de vídeo con la que irá grabando el proceso de degradación familiar, casi como si les hiciera burla, sin ser consciente de lo que eso acarreará.

En Historia de la caca se aborda la vergüenza como impedimento existencial, la incapacidad para mostrarse ante los otros —un niño encerrado en el baño en su fiesta de cumpleaños— cuando uno se sabe rechazado, objeto de burla, y el cuerpo transforma esa emoción en un trastorno fisiológico para que los intestinos tomen el relevo a la palabra y hagan saber que uno se siente tan indigno como las heces que expulsa. 

Bellocchio va a la herida. Siempre va a la herida. Aunque la merodee, aunque tan sólo la señale de soslayo, uno sabe que por mucho que ramifique no va a perder el hilo, que sabe dónde apunta. En Animales del imperio, otro adolescente va mostrando parte de los fragmentos que dejó escritos su padre como ventanas a su inconsciente, al flujo de conciencia para reconstruir un relato dentro del mismo relato, una fantasía inabarcable pero tan certera como el trágico final que revela.

La mirada del autor se vuelve especialmente incisiva en Disco rígido para mostrar que hay lugares en los que se congela el tiempo por mucho calor que haga. Una familia rota, esta vez por la muerte del hijo, que no ha superado la enfermedad, y ha dejado tras de sí un rastro imborrable: una habitación intacta y un padre que, aislado en esa habitación, trata de impedir que su hijo muera del todo, rastreando incansablemente su computadora. Porque en ocasiones sólo queda eso, un acto compulsivo para mantener vivos a los muertos y dar sentido a la existencia. 

Con todo, la mejor virtud de los relatos es la forma de crear suspense. Bellocchio hipnotiza al lector con un interés flotante y disperso, para luego, de repente, mostrar aquello que hace que lo ya leído y acontecido cobre una nueva dimensión; entonces el relato se timbra y, si por algún asomo de pereza uno creía que esa narración ya no iba a ninguna parte, que estaba agotada, ésta da un giro tan inesperado como creíble. Así ocurre en Mitad de un hermano:Sé lo que quieren saber, y aunque esté arrepentido no hay manera de cancelar lo que ocurrió esa noche. Trato de pensar en las razones que me llevaron a hacerlo, pero ninguna es razonable. Entonces no son razones. A veces, todavía me despierto en mitad de la noche pensando si existe un nombre para mí. Yo no quiero ser esa persona, la clase de persona que tortura a un chico de dieciséis años.”

Sí, definitivamente Tomás Sánchez Bellocchio ha sido un descubrimiento, un narrador de la pegada de Carver y la profundidad de Borges. Un virtuoso de la narración breve —en la que para triunfar sólo vale dar el do de pecho—. Espero que Familias de Cereal contradiga la tradición y se convierta, como se merece, en fenómeno editorial. 



Tomás Sánchez Bellocchio

Familias de cereal

Candaya Narrativa 37

ISBN 978-84-15934-18-9

192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16 €


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