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Uno se pregunta por qué el relato
breve, los cuentos, son incapaces de alcanzar cuotas de popularidad entre los
lectores de la misma manera que la novela. Es raro que una obra de relatos se convierta
en fenómeno editorial, cuando en la mayoría de los casos la calidad de éstos sobrepasa
con creces la de la novela.
Ni siquiera autores “marca” y de reconocido
prestigio en el terreno de la novela han alcanzado éxitos del mismo calibre
cuando se han aventurado con los relatos. El relato parece condenado de
antemano a no gozar del reconocimiento de los lectores de la misma manera que
la novela y, por lo tanto, los editores se muestran reacios a darles una
oportunidad cuando miran la cuenta de resultados. Es necesario el paso del
tiempo y, por tanto, la falta de perspectiva comercial para que las obras de
relatos obtengan reconocimiento y se les otorgue valor. Por suerte, hay
editoriales que, pese a ello, asumen con valentía poner al alcance de los
lectores obras de relatos que, de otra forma, quedarían sin apenas opciones de
ser leídas. Páginas de Espuma, sin ir más lejos, ha hecho del relato su opción
editorial, y se ha convertido en referencia mundial para los lectores de relato
breve en español; pero también otras, como Candaya —a la que sigo por la
calidad de su catálogo—, apuestan con arrojo por obras como “Famililas de Cereal”, un conjunto de
relatos tan maduro y tan bien escrito que resulta insultante la corta edad de
su autor, Tomás Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981).
Tomás Sánchez de Bellocchio |
La obra se centra en los
entresijos de las relaciones humanas en el marco familiar y sus carencias como
sistema, un microcosmos universal en el que se convive, con total naturalidad,
entre la tragedia y la rutina, entre lo tierno y lo despiadado. De corte
realista y con una clara preferencia por lo cotidiano, los relatos de Sánchez
Bellocchio pivotan sobre las aspiraciones y frustraciones más banales, pero también
sobre los traumas, la incomprensión y las pequeñas venganzas, para crear
miradas oblicuas ante lo que acontece, con personajes únicos, sólidos, tan
creíbles como si uno asistiera a lo narrado de forma presencial y no relatada.
Los doce relatos mantienen una
unidad fundamentada en el estilo y la temática. Con respecto al estilo destaca
la prosa sencilla pero precisa, sin lirismo, cercana y funcional, directa. Con
respecto a la temática, lo que se cuenta es cotidiano, habitual, familiar, aunque
rápidamente deformado por la mirada del narrador, dispuesta a poner el foco en
aquellos detalles que hacen de lo narrado algo insólito, sórdido también, pero
tremendamente creíble.
Sánchez Bellocchio tiene la gran
virtud de situar certeramente y sin confusiones al lector en el relato, uno
sabe de forma inmediata de qué se le va a hablar, pues da certeramente las
claves con las que adentrarse en ese fragmento de vida al que se va a asistir,
con naturalidad y sin aparente esfuerzo, pero magistralmente en la mayoría de
los cuentos:
“Tenía
trece años recién cumplidos y mis padres se estaban separando” en Familias de cereal. “La casa se estaba viniendo abajo y, […] ocho
días después mamá me pidió que la acompañara a ver si le había pasado algo” (a
la sirvienta) en Interrupción del
servicio. “Entonces, al final de su
vida, cuando lo único que alcanza es a ver una ínfima parte de su imperio, el
viejo piensa en el dinero” en Hacedor
de dinero. “Tantor apareció dos años
después, cuando ya lo daban por muerto” en Fidelidad de los perros, donde narra el insólito caso de un vecino
que le quita el perro a otro. “Habían
pasado tres años del infarto, pero no era su propia salud ni un repentino
sentido de la estética lo que motivaba la decisión, sino ver a su hija menor
convertirse en él. María Laura no había cumplido todavía los dieciséis y ya
pesaba ciento veinte kilos”, Cuatro
Lunas.
Los arranques son demoledores,
insultantes, un desafío al lector que impiden ya abandonar el texto para
adentrarse sin dilación en lo que habrá de acontecer, para asistir a la
incomprensión y el desaliento en las relaciones familiares, su inevitable
fracaso y sus consecuencias como eje temático de las narraciones.
En el primer relato, Familias de cereal, cautiva el
despotismo con el que un adolescente afronta el divorcio de sus padres en
contrapartida a las múltiples batallas de la convivencia: Tu padre la tiene así de cortita, le dice la madre, ¿lo sabías? Para no ser devorado por la vorágine, el niño se
parapeta tras una cámara de vídeo con la que irá grabando el proceso de
degradación familiar, casi como si les hiciera burla, sin ser consciente de lo
que eso acarreará.
En Historia de la caca se aborda la vergüenza como impedimento
existencial, la incapacidad para mostrarse ante los otros —un niño encerrado en
el baño en su fiesta de cumpleaños— cuando uno se sabe rechazado, objeto de
burla, y el cuerpo transforma esa emoción en un trastorno fisiológico para que
los intestinos tomen el relevo a la palabra y hagan saber que uno se siente tan
indigno como las heces que expulsa.
Bellocchio va a la herida. Siempre
va a la herida. Aunque la merodee, aunque tan sólo la señale de soslayo, uno
sabe que por mucho que ramifique no va a perder el hilo, que sabe dónde apunta.
En Animales del imperio, otro adolescente
va mostrando parte de los fragmentos que dejó escritos su padre como ventanas a
su inconsciente, al flujo de conciencia para reconstruir un relato dentro del
mismo relato, una fantasía inabarcable pero tan certera como el trágico final
que revela.
La mirada del autor se vuelve
especialmente incisiva en Disco rígido
para mostrar que hay lugares en los que se congela el tiempo por mucho calor
que haga. Una familia rota, esta vez por la muerte del hijo, que no ha superado
la enfermedad, y ha dejado tras de sí un rastro imborrable: una habitación
intacta y un padre que, aislado en esa habitación, trata de impedir que su hijo
muera del todo, rastreando incansablemente su computadora. Porque en ocasiones
sólo queda eso, un acto compulsivo para mantener vivos a los muertos y dar
sentido a la existencia.
Con todo, la mejor virtud de los
relatos es la forma de crear suspense. Bellocchio hipnotiza al lector con un interés
flotante y disperso, para luego, de repente, mostrar aquello que hace que lo ya
leído y acontecido cobre una nueva dimensión; entonces el relato se timbra y,
si por algún asomo de pereza uno creía que esa narración ya no iba a ninguna parte,
que estaba agotada, ésta da un giro tan inesperado como creíble. Así ocurre en Mitad de un hermano: “Sé lo que quieren saber, y aunque esté
arrepentido no hay manera de cancelar lo que ocurrió esa noche. Trato de pensar
en las razones que me llevaron a hacerlo, pero ninguna es razonable. Entonces
no son razones. A veces, todavía me despierto en mitad de la noche pensando si
existe un nombre para mí. Yo no quiero ser esa persona, la clase de persona que
tortura a un chico de dieciséis años.”
Sí, definitivamente Tomás Sánchez
Bellocchio ha sido un descubrimiento, un narrador de la pegada de Carver y la
profundidad de Borges. Un virtuoso de la narración breve —en la que para
triunfar sólo vale dar el do de pecho—. Espero que Familias de Cereal contradiga la tradición y se convierta, como se
merece, en fenómeno editorial.
Tomás Sánchez Bellocchio
Familias de cereal
Candaya Narrativa 37
ISBN 978-84-15934-18-9
192 págs.; 21 x 14 cm / PVP 16 €
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