Ella apagó el cigarro y fue a lavarse los dientes.
De lejos se oía a los niños que todavía no dormían en su cuarto. Pedro estuvo a
punto de ir a reprenderlos, pero esperó. Marta no tardó en regresar, se metió
en la cama y dejó la luz encendida. Hizo ver que también leía. Un silencio
expectante mantenía a Pedro con la mirada dividida entre lo que leía y su
mujer. Sabía que no tardaría mucho en dejarle caer alguna. Marta pasaba las
páginas de su revista casi sin prestarles atención. De vez en cuando miraba a
Pedro, que trataba de simular que no se percataba. La voz de Marta sonó como
una losa.
– Pedro, ¿tú me quieres?

– Claro que te quiero. Te quiero mucho.
– ¿Y cómo lo sabes?
En ese momento, en ese justo momento Pedro supo dos
cosas. Una, Marta estaba tratando de decirle algo y lo disfrazaba de pregunta.
Dos, la cosa no acabaría bien.
– ¿Cómo que cómo lo sé? Pues no sé, esas son cosas
que se saben. Se saben y ya está.
– Sí, ¿pero cómo puedes estar tan seguro?
– Pues estando seguro. Vamos a ver, ¿es que crees
que no te quiero? –le preguntó Pedro tratando de llevar la patata caliente al
otro lado.
– Yo creo que sí, pero a lo mejor creo que me
quieres y en realidad no me quieres.
– Pero cómo no te voy a querer, mujer, si tú y los
niños sois lo más importante para mí.
– Pero yo no te estoy preguntando eso, te estoy
preguntando si todavía me quieres a mí, como mujer.
– Ya te he dicho que sí, pero ¿a qué viene este
interrogatorio? Te he dicho que te quiero, y te quiero, ya está –trató de
concluir Pedro en un tono que denotaba que su paciencia estaba al límite.
– Si me quisieras no me hablarías así.
– Está bien, lo siento. Pero es que no sé cómo
hacerte entender que sí te quiero. No sé, es, es, no sé. Te quiero, ya está. Es
sencillo.
– Sí pero a lo mejor tú crees que me quieres y en
realidad no me quieres.
– Ya, o sea que yo creo una cosa y en realidad es
otra. Es decir, que yo creo que me gusta la tortilla de patatas y en realidad
no me gusta, pero me la como. Yo creo que me gusta una cosa y luego resulta que
es otra ¿No?
– Pues si me vas a comparar con una tortilla de
patatas, ya me dirás tú a mí lo que me quieres –se quejó ella.
– Desde luego es que contigo es imposible. ¿Tú
crees que los niños te quieren? Dime, ¿tú crees que te quieren?
– Pues claro, de eso no hay duda.
– Ah, de eso no hay duda, y ¿por qué? –preguntó
Pedro intentado llevarla a lo absurdo de su planteamiento–. Porque a lo mejor
creen que te quieren pero en realidad no te quieren.
– No digas tonterías, al final siempre quieres
tener razón. Y no la tienes.
– ¿Qué yo siempre quiero tener razón? Pero qué
razón. Lo que no es normal es que quieras confundirme de esta manera. Que me
vengas a estas alturas a ver si te quiero o no.
– Yo no quiero confundirte, lo que quiero es que
pienses un poco más en mí. Creo que dices que me quieres, pues porque sí,
porque es lo que toca, pero no sé, yo no lo noto. A veces creo que en realidad
no me quieres, que estás conmigo por pura inercia, que no sé, que no sientes
nada por mí.
– Lo que deberías hacer es no darle tantas vueltas
a las cosas, estamos juntos y te quiero, y ya está. No es tan complicado, ¿no?
– La verdad es que tú nunca quieres enfrentarte a
los problemas. Cuando te pregunto que si me quieres, es porque en realidad no
lo siento, no siento que, que, pues eso, que me quieras, por eso te lo
pregunto. Y encima te pones que parece que te estoy acusando de algo.
– Yo no me pongo de ninguna manera, lo que te digo
es que no sé a que viene tanta historia con si me quieres o no me quieres o no
sabes que me quieres o crees que lo sabes pero cómo sabes que lo sabes. Te
quiero y ya está ¡joder! Para mí es bastante sencillo. ¿Y tú, me quieres?
– Claro que te quiero, ¿tú tienes alguna duda de
que yo te quiero?
– No –dijo Pedro rotundo.
– Ves, pues yo sí, tengo dudas de que me quieras.
Por eso no sé si me quieres de verdad o no. Porque si me quisieras de verdad no
tendría dudas ¿no?
Pedro se
quedó callado. Sabía que era imposible llegar a un punto de comunión que los
dejase satisfechos a ambos. Lo que era cierto es que Pedro la quería, la quería
con locura. Pero Marta tenía dudas. El convencimiento acerca del amor de su
marido estaba minado de raíz. Dudaba. Y la duda le hacía cuestionarse su propio
amor. Pensó en los niños, pensó en Álex y en Carlitos. Eso la ayudó a
tranquilizarse. Dejó la revista en la mesita de noche y se durmió. Se durmió
plácidamente. A Pedro le costó horrores.
He descargado la Novela. Este fragmento me parece muy bueno. Esa NUNCA es una pregunta banal.
ResponderEliminarSaludos, desde Venezuela y con ganas de volver a España.
Celebro que te haya despertado interés, Álvaro; espero que disfrutes de la novela y también tus comentarios. Saludos desde España y mis mejores deseos para que puedas volver.
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