martes, 5 de junio de 2012

¿Tú me quieres?


Ella apagó el cigarro y fue a lavarse los dientes. De lejos se oía a los niños que todavía no dormían en su cuarto. Pedro estuvo a punto de ir a reprenderlos, pero esperó. Marta no tardó en regresar, se metió en la cama y dejó la luz encendida. Hizo ver que también leía. Un silencio expectante mantenía a Pedro con la mirada dividida entre lo que leía y su mujer. Sabía que no tardaría mucho en dejarle caer alguna. Marta pasaba las páginas de su revista casi sin prestarles atención. De vez en cuando miraba a Pedro, que trataba de simular que no se percataba. La voz de Marta sonó como una losa.
– Pedro, ¿tú me quieres?
Pedro sabía que no era una pregunta banal. Que detrás de aquella pregunta podía esconderse el más retorcido de los enigmas. Trató de ganar tiempo. Buscó en su memoria la respuesta adecuada, la que mejor resultado le había dado en otras ocasiones. Pero su memoria le recordó de inmediato que nunca había una respuesta adecuada. Lo que había dado resultado en alguna ocasión había sido totalmente nefasto en otra. Decidió que lo mejor era ser sincero, hablarle desde el corazón. Cerró su revista y se giró hacia ella como si fuese a decirle lo más importante que jamás le hubiera dicho. Puso una voz profunda, como de locutor de radio a las dos de la mañana y le dijo:
– Claro que te quiero. Te quiero mucho.
– ¿Y cómo lo sabes?
En ese momento, en ese justo momento Pedro supo dos cosas. Una, Marta estaba tratando de decirle algo y lo disfrazaba de pregunta. Dos, la cosa no acabaría bien.
– ¿Cómo que cómo lo sé? Pues no sé, esas son cosas que se saben. Se saben y ya está.
– Sí, ¿pero cómo puedes estar tan seguro?
– Pues estando seguro. Vamos a ver, ¿es que crees que no te quiero? –le preguntó Pedro tratando de llevar la patata caliente al otro lado.
– Yo creo que sí, pero a lo mejor creo que me quieres y en realidad no me quieres.
– Pero cómo no te voy a querer, mujer, si tú y los niños sois lo más importante para mí.
– Pero yo no te estoy preguntando eso, te estoy preguntando si todavía me quieres a mí, como mujer.
– Ya te he dicho que sí, pero ¿a qué viene este interrogatorio? Te he dicho que te quiero, y te quiero, ya está –trató de concluir Pedro en un tono que denotaba que su paciencia estaba al límite.
– Si me quisieras no me hablarías así.
– Está bien, lo siento. Pero es que no sé cómo hacerte entender que sí te quiero. No sé, es, es, no sé. Te quiero, ya está. Es sencillo.
– Sí pero a lo mejor tú crees que me quieres y en realidad no me quieres.
– Ya, o sea que yo creo una cosa y en realidad es otra. Es decir, que yo creo que me gusta la tortilla de patatas y en realidad no me gusta, pero me la como. Yo creo que me gusta una cosa y luego resulta que es otra ¿No?
– Pues si me vas a comparar con una tortilla de patatas, ya me dirás tú a mí lo que me quieres –se quejó ella.
– Desde luego es que contigo es imposible. ¿Tú crees que los niños te quieren? Dime, ¿tú crees que te quieren?
– Pues claro, de eso no hay duda.
– Ah, de eso no hay duda, y ¿por qué? –preguntó Pedro intentado llevarla a lo absurdo de su planteamiento–. Porque a lo mejor creen que te quieren pero en realidad no te quieren.
– No digas tonterías, al final siempre quieres tener razón. Y no la tienes.
– ¿Qué yo siempre quiero tener razón? Pero qué razón. Lo que no es normal es que quieras confundirme de esta manera. Que me vengas a estas alturas a ver si te quiero o no.
– Yo no quiero confundirte, lo que quiero es que pienses un poco más en mí. Creo que dices que me quieres, pues porque sí, porque es lo que toca, pero no sé, yo no lo noto. A veces creo que en realidad no me quieres, que estás conmigo por pura inercia, que no sé, que no sientes nada por mí.
– Lo que deberías hacer es no darle tantas vueltas a las cosas, estamos juntos y te quiero, y ya está. No es tan complicado, ¿no?
– La verdad es que tú nunca quieres enfrentarte a los problemas. Cuando te pregunto que si me quieres, es porque en realidad no lo siento, no siento que, que, pues eso, que me quieras, por eso te lo pregunto. Y encima te pones que parece que te estoy acusando de algo.
– Yo no me pongo de ninguna manera, lo que te digo es que no sé a que viene tanta historia con si me quieres o no me quieres o no sabes que me quieres o crees que lo sabes pero cómo sabes que lo sabes. Te quiero y ya está ¡joder! Para mí es bastante sencillo. ¿Y tú, me quieres?
– Claro que te quiero, ¿tú tienes alguna duda de que yo te quiero?
– No –dijo Pedro rotundo.
– Ves, pues yo sí, tengo dudas de que me quieras. Por eso no sé si me quieres de verdad o no. Porque si me quisieras de verdad no tendría dudas ¿no?
 Pedro se quedó callado. Sabía que era imposible llegar a un punto de comunión que los dejase satisfechos a ambos. Lo que era cierto es que Pedro la quería, la quería con locura. Pero Marta tenía dudas. El convencimiento acerca del amor de su marido estaba minado de raíz. Dudaba. Y la duda le hacía cuestionarse su propio amor. Pensó en los niños, pensó en Álex y en Carlitos. Eso la ayudó a tranquilizarse. Dejó la revista en la mesita de noche y se durmió. Se durmió plácidamente. A Pedro le costó horrores.

2 comentarios:

  1. He descargado la Novela. Este fragmento me parece muy bueno. Esa NUNCA es una pregunta banal.

    Saludos, desde Venezuela y con ganas de volver a España.

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  2. Celebro que te haya despertado interés, Álvaro; espero que disfrutes de la novela y también tus comentarios. Saludos desde España y mis mejores deseos para que puedas volver.

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