miércoles, 13 de junio de 2012

Cristina



Cristina seguía estirada en la cama. Faltaba muy poco para que conociese a Nacho, pero ella no podía saberlo. Porque así es la vida, nadie te lo advierte. Nadie te dice: mañana vas a conocer a tal o a cual persona. Pero eso va a pasar. Y tú no lo sabes. Estás tan tranquilo ahí sentado, y no tienes ni idea de a quién puedes conocer mañana, ni si esa persona te va a cambiar la vida. No puedes saberlo y tampoco piensas en ello. Cristina ignoraba totalmente esa posibilidad. La música en los oídos la abstraía del mundo. La transportaba. Con su mano izquierda llevaba hasta su boca el cigarro bien liado. Con cada calada la marihuana accedía a cada una de sus neuronas, ni una sola se quedaba sin su dosis. Siguió fumando hasta que la colilla le quemó los dedos. Entonces apagó el porro y se tapó con las mantas. Estaba desnuda. Cuando hacía mucho frío, a Cristina le gustaba meterse en la cama después de una ducha bien caliente. Fumarse un porro y escuchar música hasta ausentarse de la vida. Entró en calor y extendió su cuerpo debajo de las mantas. Bajó su mano y se tocó suavemente. Raspaba. Le encantaba encontrar esa sensación, como una barba de dos días. Se metió ligeramente el dedo y lo humedeció. Subió un par de centímetros hasta encontrar su clítoris ya crecido. Lo acarició en redondo. Su esfínter se contrajo ligeramente. Empezó a pensar en aquellas pequeñas cosas que la encendían. Se acordó de la infancia, de cómo se escondía detrás de la puerta para ver cómo su hermana se dejaba manosear por su novio cuando sus padres no estaban en casa. Descendió nuevamente y se metió el dedo hasta el fondo. Lo humedeció por completo y volvió a llevarlo hasta donde más le gustaba. Se llevó hasta la boca el pulgar de la otra mano. Empezó a lamerlo despacio. El olor a saliva la calentaba cada vez más y empezó a pensar en su fantasía favorita, con la que más se excitaba. Era una escena ya clásica en su imaginación: ella está en una discoteca y va al lavabo, sola, porque a Cristina le gustaba ir sola al lavabo. Ha terminado de hacer pis. Se está limpiando y, al secarse con el papel, siente que se excita. Mira hacia arriba y hay un hombre con la cara cubierta. No sabe quién es. Se saca el miembro y la obliga a lamerlo. Ella se opone, ligeramente, pero él la coge con la mano por la nuca y la obliga. Ella se lo mete en la boca y lo chupa hasta que ya no le cabe. El hombre le dice obscenidades con la voz susurrante. Conoce su voz pero no puede identificarla. Sabe que es de alguien conocido, pero no puede ponerle un nombre, ni una cara. Luego el hombre hace que se levante y la gira. Todavía tiene las bragas bajadas. El hombre castiga sus nalgas con una tunda manotazos. A ella le gusta. Siente que con cada golpe se excita cada vez más. El hombre le tira de la blusa hacia atrás haciendo que los botones se arranquen uno a uno contra su cuello. Sus pechos quedan al aire y siente en ellos el frío de las baldosas. El hombre la penetra inesperadamente. Siente el miembro inmenso llenarla, hacerla gozar. En ese momento es cuando se contrae, se muerde con fuerza el dedo y junta las piernas. Las aprieta con fuerza para intensificar el orgasmo. Respira hondo. Se abandona. Luego se enreda sobre sí misma. Una pereza inmensa le recubre la piel hasta hacerla sentir inútil. En ese momento no se levantaría ni aunque se cayese el cielo.

La música seguía retumbando en sus oídos. Abrió los ojos y una luz la puso en alerta. Encima de la mesita de noche las luces psicodélicas de su móvil se encendían al ritmo de una melodía que no podía oír. Después de cogerlo miró en la pantalla y vio el texto que aparecía: Lidia.
Se quitó los auriculares y descolgó.
– ¿Cómo estás, mi amor? –le dijo cariñosamente.
– ¿Qué haces? Hace media hora que estoy llamándote. ¿No oyes el teléfono?
– Me estaba haciendo una paja.
– ¡Va! Déjate de coñas. He visto que tenía una llamada perdida tuya. ¿Me has llamado? –le dijo Lidia con tono de aburrimiento.
– Te he llamado antes por si querías venir a tomar una copa. Pero me ha salido el buzón.
– No me has dejado mensaje.
– Ya sabes que no me gusta hablar con esas máquinas, me siento estúpida.
– Estaba estudiando y prefiero apagar el móvil. Si no, no me concentro. Prefiero estudiar sabiendo que nadie puede molestarme.
– Pero a lo mejor es algo importante y no te enteras –le dijo Cristina con ganas de incomodarla.
– No seas boba. ¿Qué querías?
– He estado con Molly esta noche. Me lo he encontrado en el Marlene. Había ido a ver el partido.
– ¿Y?
– Me ha invitado a cenar.
– Bueno, y qué, ¿me has llamado para restregármelo?
– Nos ha invitado a cenar, a las dos –dijo Cristina como deteniéndose en cada una de las tres últimas palabras para subrayarlas –. Dice que va a dar una cena en su casa, y que quiere que vayamos. Puede estar bien. Le he dicho que iremos.
– Vale.
– Y por cierto, a ver si ese día te arreglas un poquito, que como sigas así te vas a quedar para vestir santos, como dice mi madre.
– Ya estás otra vez con lo mismo…
– Pero si es verdad, Lidia. Mira el otro día, aquel tío estaba como un queso, ¿y qué hiciste?, nada. Y no me digas que no te gustaba. Toda la noche de palique, bla, bla-bla, bla-bla-bla. Y al final me dices que no estabas segura. A este paso sólo vas a estar segura de una cosa.
– ¿De qué? –dijo Lidia en un tono que denotaba que no le apetecía escuchar la respuesta.
– De que nunca vas a estar segura.
– Que yo no soy como tú; que me da no sé qué.
– ¿Pero es que no te gustaba?
– Claro que me gustaba, pero… no sé, necesito más tiempo.
– Tú verás hija, no sé qué vas a hacer con todo ese tiempo que has perdido cuando no lo tengas.
– ¿Y cuando es la cena? –preguntó Lidia.
– El quince. Sábado.
– Vale. ¿Nos vemos mañana?
– En el centro comercial. Después del trabajo. No tardes. Ya sabes que no me gusta que me hagan esperar.
– Vale.
– Adiós guarra –Cristina se echó a reír, sabía cómo odiaba Lidia que se despidiese así de ella.

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