Mario Benedetti,
Tomado de "Il
Cuore" del libro "Yesterday y Mañana"
Como
aventura y enigma
la
caricia empieza antes
de
convertirse en caricia
Cristina se hacía la remolona en la cama. Estaba
feliz. Siempre estaba feliz. Contemplaba de reojo a Lidia que estaba mirándose
al espejo. Era el cuarto vestido que se probaba. La cara se le alargaba cada
vez más. Sentía que ninguno le sentaba bien. Uno la hacía mayor, el otro le
chafaba las tetas, el otro le sacaba mucha barriga, el otro… El otro ya no sabía.
– Desde luego, me podrías ayudar un poco más –le
reprochó Lidia a su prima.
– ¿A qué, a amargarte la vida? No, reina, para eso
ya te bastas tú solita. No necesitas ayuda.
– ¡Qué graciosa! Pues a mí no me hace ninguna
gracia. Anda, ayúdame. No sé qué ponerme. Estoy harta. Siempre igual. Cuando me
compré estos vestidos jamás pensé que me pasaría esto. Y ahora,… mira, me los
voy a poner y parece que no sean los mismos. Es que te lo juro, ya no sé qué
hacer.
– Lo que pasa es que estás demasiado pendiente de
tonterías. Porque todo esto son tonterías. Menos con el de las tetas chafadas,
con ese estoy de acuerdo contigo, te las chafa. Y tú tienes unas tetas muy
bonitas –le dijo en un tono sugerente mientras se acercaba por detrás y le sobaba
los pechos. Lidia trató de quitársela de encima.
– ¡Estate quieta! Ya sabes que no me gustan esas
bromas –le recriminó Lidia.
– Por lo menos habrán sentido unas manos, un
pequeño contacto con piel humana –Cristina seguía con su juerga particular–. Lo
que tienes que hacer es pasar de todo. Yo, unos vaqueros, un top, y voy que me mato.
– ¿Un top,
con el frío que hace?
– Pues una camiseta, me da igual. Además, no sé
para qué quieres estar tan presentable si luego no te sirve para nada.
– Quién sabe, a lo mejor encuentro al hombre de mi
vida.
– El hombre de tu vida. Que anticuada eres. No hay
hombre de tu vida. En la vida hay hombres, unos más altos, otros más guapos,
pero todos hombres al fin y al cabo. Y muchos, por suerte –eso último lo dijo
entre dientes, Lidia casi no lo oyó.
– Sí, pero todos se fijan. Y no me gusta que me
miren y estén pensado que tengo el culo gordo.
– ¿Y qué sabes tú de lo que le gusta a los hombres?
A los hombres lo que les gusta es que tengas el culo gordo. Sí, en eso
prefieren que la cosa sobre a que falte. Y con las tetas igual. Y que se la
comas bien. Eso es lo que les gusta, y no el vestido que llevas. Te aseguro que
al cabo de dos días le pregunto a un tío qué llevaba puesto la última noche que
estuve con él y no se acuerda.
– Siempre estás con lo mismo. ¡Que el mundo no se
reduce a estar comiendo… pollas! Como tú dices –a Lidia le costó usar ese tipo
de lenguaje.
En realidad envidiaba a su prima. Cristina era todo
lo que a ella le gustaría ser. Bueno, un poco menos descarada, pero en realidad
admiraba esa manera desenfadada y provocadora que tenía de estar en la vida.
Pensaba que si no hubiera sido por ella se habría hundido en la miseria.
Cristina le daba esa chispa de vida que necesitaba. Y por qué no decirlo, le
aportaba sexo, mucho sexo; porque en realidad, todo lo que sabía Lidia acerca del
sexo lo sabía por Cristina, ya que conocía sus experiencias al detalle. Y no
porque fuera una curiosa; al contrario, sufría una vergüenza terrible cada vez
que Cristina le contaba sus aventuras. Su prima era una promiscua. Una adicta
al sexo. Cuanto más atrevido más divertido. No le decía que no a nada. A nada
que le gustase, claro. A veces, pensaba que Cristina no diferenciaba su
fantasía de la propia realidad. Que más bien una se alimentaba de la otra.
Lidia podía notar cuándo le iba a soltar alguna de sus experiencias sólo por el
tono de voz que ponía. Los días que había tenido algo diferente se le notaba, se
le ponía una sonrisa en la cara, una sonrisa inagotable, como de feria, y
ladeaba la cabeza, dejándola caer de un lado a otro mientras hablaba. Lidia
sabía que antes o después se la soltaría. No tardó en hacerlo. Mientras
permanecía en su habitación, casi desnuda, a medio vestir, sentada en una silla
como si fuera un condenado a muerte, con la cabeza entre las manos,
atormentada, totalmente atormentada por su calvario particular por no saber qué
ponerse, su prima Cristina dejó ir con voz sugerente y de niña traviesa: ¿A qué
no sabes qué me ha pasado hoy? Lidia entornó sus ojos hacia arriba haciendo un
gran esfuerzo y la miró con un gesto mínimo. Cristina yacía boca abajo encima
de la cama, moviendo sus piernas hacia delante y hacia atrás, en un juego
inútil pero reconfortante. Lidia no contestó, no hacía falta.
– Me he enrollado con mi profesora de aeróbic.
Lidia acabó de levantar la cabeza. Cristina le
había contado muchas cosas, pero ninguna como ésa. ¿Pero cómo había podido? El
silencio se hizo eterno. Cristina esperaba una respuesta. Al final Lidia dijo:
– ¿Qué? –reaccionó–. ¿Te has enrollado con Marisa?
¿Pero tú estás mal de la cabeza o te has vuelto lesbiana de repente? Lidia se
tapó instintivamente.
– Ha sido sólo un juego, no sé, tenía ganas de
probar. ¿Qué pasa, tú no has tenido nunca ganas de probarlo con una tía?
– ¡Pues no! –dijo rotundamente Lidia.
– Claro, tú nunca has tenido ganas de probarlo con
nadie –Cristina trató de defenderse de la desaprobación de su prima.
– ¡Pero tía, tú estás loca! –siguió increpándola
escandalizada por lo que le acababa de decir.
– A ver, tía, que no es para tanto, que pareces tu
madre –le dijo cortante para rebajar la escalada en la que se había iniciado–. Además,
ha estado muy bien.
– ¿Y cómo ha sido? –ahí venía la parte en la que
Lidia se nutría de las experiencias ajenas. En realidad toda su experiencia
sexual se reducía a lo que podía recordar de lo que le contaba Cristina, que casi
gozaba más al ver la cara escandalizada de su prima que con la aventura en sí
misma. Porque en realidad lo que buscaba Cristina era escandalizar, esa era su
auténtica motivación.
–El martes fui a clase de aeróbic, como siempre.
Luego me fui a hacer unas pesas. Ella se quedó hasta tarde. Al salir de la
ducha, entró ella. Yo veía que no paraba de mirarme. Al principio me incomodé,
pero luego pensé que sería más divertido jugar con ello. Así que me quité la
toalla en la que estaba envuelta y empecé a secarme. Luego me puse las bragas y
me quedé en top-less. Ella seguía mirándome, como tratando de saber si
yo me había dado cuenta. Después, se sentó delante de mí y empezó a darme
conversación. De repente se pone a mirarme las tetas mientras yo me ajustaba el
sujetador, y va y me dice: “tienes unos pechos muy bonitos”.
– Tienes unos pechos muy bonitos –repitió Lidia en
voz baja y casi susurrando para tratar de imaginarse la escena.
– A mí me lo habían dicho, que le iban las tías. Aunque
no sé, la gente habla mucho. Pero vaya que si le van. Yo no le di mucha
importancia así que le dije gracias y le sonreí. Pero luego en mi casa, no
podía dejar de pensar en ello. ¿Sabes? Estaba viendo la tele y ni me enteraba.
Y me ponía, no te cuento cómo me ponía. Es que tenías que haber visto la cara
con la que me miró. Así que hoy he vuelto a última hora, que es cuando ella se
va y me he ido a los vestuarios. Ella ya había salido de la ducha, había
empezado a secarse. Yo no le he dicho nada. He empezado a desvestirme y claro,
otra vez que no me quitaba ojo. Yo no sabía qué hacer, porque me apetecía, pero
imagínate que le entro y me da planchazo. ¡Qué vergüenza, no lo habría
soportado! Me estaba poniendo de los nervios, así que me he metido en la ducha
y, cuando estaba dentro, ha venido. Yo no me lo podía creer. Tenía los ojos
cerrados y, cuando los he abierto, estaba allí, ¡mirándome con una cara…! Y
bueno, la he dejado pasar.